dilluns, 22 de juny del 2009

Republicanismo y comunismo (I)











Joan Tafalla

Queridos amigos Salvador y Joaquín:

Permitidme que meta cuchara en una cazuela que promete mucho. Me refiero al diálogo que manteníais el pasado de 14 de junio a propósito de republicanismo y comunismo :

( http://lallibertatdelsantics.blogspot.com/2009/06/sobre-la-utilidad-del-republicanismo.html )

Un guiso cuyos ingredientes sean republicanismo y comunismo de entrada parece sabroso. Se me ocurre que, si no fuera por que las experiencias muertas del siglo XX continúan torturando a los vivos, este guiso no sólo no debiera sorprender, si no que debiera gustar a todo tipo de comunista.

Una “receta”, que sin duda permitiría aprender i digerir de la experiencia del siglo XX y revitalizar el comunismo en el siglo que iniciamos. Nos permitiría revitalizarlo sin caer en las simplificaciones anarquistas que contienen una buena crítica del comunismo del siglo XX, pero ninguna propuesta viable de superación del mismo. Sin embargo, la propuesta de fundamentar en el republicanismo la filosofía política del nuevo comunismo del presente siglo, no deja de sorprender, escandalizar o preocupar en ambientes comunistas. Digamos que suele ser rechazada implícita o explícitamente “touts azimuts”.

Durante el siglo XIX comunismo y republicanismo anduvieron agarrados de la mano. La cosa empezó ya durante la revolución francesa. El filo-girondino, Nicolás Edme Rétif de la Bretonne fue el primero en dar el nombre de comunismo a su utopía igualitaria. Es el último representante de un comunismo como utopía que baja del cielo y no necesita de revolución alguna para implantarse. Un comunismo, digámoslo con todas las letras, que despreciaba a la “foule”. Léanse si no, sus Noches revolucionarias, recientemente publicadas en español.

Para el gran historiador Albert Mathiez, Robespierre era el antecedente directo del socialismo del siglo XIX. Como ejemplo de ello, señaló a Bronterre O’brien, líder del movimiento cartista británico de los años treinta del siglo XIX, que era ferviente robespierrista. Gracchus Babeuf y Philippo Buonarroti se consideraban continuadores directos del robespierrismo, aunque no todos los componentes de la Conjuración de los Iguales fueran robespierristas y que el propio Babeuf fue crítico con el robespierrismo durante los primeros meses post-thermidor.

Etienne Cabet escribió dos años antes de sus famosos banquetes comunistas de 1841, una Historia Popular de la Revolución. También Albert Laponeraye primer editor de unas obras de Robespierre, así como de las memorias de Charlotte Robespierre, publicó una excelente Historia de la Revolución, y vinculaba su oficio de historiador a su actividad conspiradora en las sociedades secretas de los años treinta y cuarenta.

Marx empezó sus estudios filosóficos en esta estela de la revolución francesa. Quería hacer una historia de la Convención. Leyó apasionadamente a Buonarroti y a Levasseur de la Sarthe. Aprendió el comunismo entre los artesanos comunistas parisinos. Ingresó en la Liga de los Justos, que en 1847 se transformó en Liga de los Comunistas y le encargó la redacción del Manifiesto Comunista. En éste, calificó a la literatura de Babeuf no como “socialismo o comunismo crítico utópico”, como “la literatura que en todas las grandes revoluciones modernas ha formulado las reivindicaciones del proletariado”. Sus escritos en la Nueva Gaceta Renana y su inicial concepción de la revolución permanente ( formulada entre 1848 y 1851, abandonada posteriormente y con escasa relación con la teoría de Trotsqui) se basaban en la experiencia de las tres revoluciones francesas transcurridas hasta el momento ( 1789-1799), 1830 y 1848). Sus escritos políticos ( El 18 de Brumario de Luis Bonaparte, o los escritos reunidos bajo el título La lucha de clases en Francia) están impregnados del republicanismo democrático de la revolución francesa. Finalmente, Sus escritos sobre la Comuna de Paris, muestran a las claras el entronque del marxismo de Marx con la tradición del movimiento popular (sea campesino o urbano) durante los cuatro latidos revolución francesa.

Engels describió las tradiciones de la clase obrera inglesa en 1844: en su libro no nos costará encontrar la presencia de gorros frigios y picas entre los simbolismos de una clase obrera en proceso de constitución. Recordemos su discurso de celebración de la proclamación de la primera república francesa pronunciado en Londres en 1845; que su Catecismo comunista ( 1847) adopta el mismo estilo de redacción de los catecismos de las sociedades secretas francesas herederas del trabajo de Buonarroti. Sus artículos en la Nueva Gaceta renana, su Origen de la familia, del estado y de la propiedad privada, son nuevos jalones de esta lectura republicanista. Si llegamos hasta el final de su vida, podremos encontrar republicanismo en Su Crítica del programa de Erfurt, o su crítica a la historia de la revolución francesa de Kautsky.

El lector atento habrá notado que no he mencionado a un célebre comunista francés del siglo XIX, Auguste Blanqui. No hay espacio para argumentar esa exclusión. Dejo, simplemente, constancia de la misma.

Sin embargo, el movimiento obrero, tras la derrota de la Comuna ( 1871) y tras el crecimiento de la socialdemocracia alemana había adaptado otro camino: el estatismo y el evolucionismo. El gran fautor intelectual de este proceso fue Karl Kautsky. El fautor social fue la aparición de un fenómeno nefasto para la revolución: el obrerismo. Pero ésta es otra historia. Montserrat Galzeràn y Marc Angenot, han mostrado algunos de los mecanismos de formación de la socialdemocracia como fenómeno social de fagocitación o digestión por parte del capitalismo de su supuesto enterrador. Para nuestro tema, nos interesa remarcar que con motivo del centenario de la revolución Kautsky escribió en 1889 un libro que está en el origen de la concepción de la revolución francesa como revolución burguesa y que representa el intento más acabado para negar la autonomía del movimiento popular urbano y campesino durante la revolución francesa. Ya he señalado más arriba que Engels, preocupado sin duda por las implicaciones de dicho libro escribió una diplomática pero no menos aguda crítica del mismo. Del mismo modo en que en la socialdemocracia alemana el republicanismo fue liquidado en el socialismo francés por obra de Jules Guesde ( que , por cierto, editó de la historia de la RF de Kautsky, para contraponerla a la gran historia de la RF de Jaurés). Recordemos finalmente que uno de los documentos fundacionales de ese “marxismo” sin Marx, será “El programa socialista” Kautsky (1891), escrito para divulgar el programa del partido tan criticado por Engels. La crítica engelsiana fue ocultada a la militancia socialdemócrata alemana hasta 1901.

Se podría afirmar, quizás provocativamente, que el republicanismo de Marx y Engels jugó un rol realmente marginal en la creación del marxismo.

El maridaje entre comunismo y republicanismo prosigue durante el siglo XX en la obra de dos de nuestros grandes: Lenin y Gramsci. Ambos reivindicarán el jacobinismo y la relación entre democracia y socialismo en escritos muy citados y poco leídos y reflexionados. Lenin, durante su exilio en Paris estudió la revolución francesa en las obras de Albert Aulard y de Jean Jaurés. Cualquier lector avisado encontrará esa influencia de la Gran Revolución Francesa en El Estado y la Revolución, o en sus antologías El marxismo y el Estado y sobre La Comuna de Paris. Conviene recordar otra vez al gran historiador Albert Mathiez y un escrito suyo de 1921 Bolchevismo y jacobinismo, que recogía su lectura de la revolución rusa y la comparaba con la francesa. Este escrito fue publicado por Gramsci en L’Ordine nuovo. La obra de Mathiez influyó decisivamente en la elaboración gramsciana. También Luckács tuvo a Mathiez como punto de referencia en asuntos referentes a la RF.

El republicanismo como filosofía política, había dejado de estar vinculado a la socialdemocracia con Kautsky. Más adelante, dejó estar asociado al comunismo con el ascenso y consolidación del estalinismo. El estalinismo heredó la tradición del marxismo evolucionista y progresista kautskiano, que niega, a pesar de las invocaciones rituales a Marx y de Lenin. Gramsci y Luckács fueron también convenientemente marginados. El trotsquismo, heredero también del kautskysmo, no fue capaz de recuperar la tradición republicana para oponerla al estalinismo. Le opuso otra teoría de élites, resumida genialmente por Trotsqui: “La crisis de la humanidad es la crisis de la dirección revolucionaria”.

En muy apretada síntesis ( reductiva, pero el espacio manda; cada uno de los párrafos podría ser demostrado) he tratado de mostrar como el siglo XX supuso un hiato entre republicanismo y comunismo.

La continuidad de este fenómeno está detrás del hecho de que las propuestas filosófico-políticas que Joaquín viene desarrollando sorprendan, asusten e incluso produzcan rechazo entre los comunistas alimentados en la cultura política del siglo XX. Pero ya es hora de que los muertos entierren a sus muertos, y que se comprenda el sentido del comunismo del presente siglo.

Ya va siendo hora de que, después del hiato del siglo XX, el comunismo entronque con sus verdaderas tradiciones.

( Robespierre, Babeuf, Marx y Lenin en sucesivas entregas).

1 comentari:

  1. Querido Joan:
    Y si me permites introducir una pequeña cucharilla en el guiso, no sólo estoy plenamente de acuedo con lo que dices, sino que además agrego que Kautsky quedó impactado antes por Ernst Haeckel -de ahí su evolucionismo-(especialmente por la Historia Natural de la Creación), hasta el punto de intentar que Haeckel dirigiera su tesis doctoral y por Ludwig Büchner, que era un materialista positivista, que por Marx y Engels, a quienes leyó después.
    Un abrazo
    Alejandro

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