dimecres, 24 de juny del 2009

Republicanismo y comunismo (II)


Robespierre: “ Sólo hay un tribuno del que yo sea devoto: es el propio pueblo”


Queridos Salvador y Joaquin i tutti quanti :

Al final de mi intervención anterior os amenazaba con posibles secuelas. Espero que como en las películas esta secuela que lleva un dos entre paréntesis no sea peor que la primera.

Sostiene Salvador :

« 1. Esta afirmación de Robespierre -"la virtud es inherente solo a la totalidad del pueblo"- es desgraciadamente falsa. Si vale, vale como principio normativo, y habría que pensarlo con calma.

1.1. Con el matiz -"la virtud es inherente solo a la totalidad del pueblo libre y documentado"- podría aceptarla».

Aunque el libro de Joaquín ya ha explotado suficientemente el tema, me gustaría abordar esta objección de Salvador a partir de las ideas republicanas de Robespierre. Es un enfoque. Podrían haber otros muchos.

En primer lugar repongamos la integridad de aquello dicho por Joaquín : « Maquiavelo no es de este palo. Sí que lo es Robespierre: la virtud es inherente solo a la totalidad del pueblo, la corrupción es la sospecha permanente sobre cualquier delegado individual. ».

En la frase de Joaquín se recuerda un principio básico del republicanismo democrático. Existen otros republicanismos (el aristocrático, o el monárquico ) que no comparten esta premisa.

Nadie debería considerar un oxímoron que hable de republicanismo aristocrático. Algunos ejemplos históricos: el senado romano ; las repúblicas parlamentarias liberales surgidas del constitucionalismo del siglo XIX ; algunas repúblicas socialistas regidas por una aristocracia ( aristoi, los mejores) apartada del pueblo, que gobierna en nombre del pueblo, pero sin el pueblo.

Nadie debería tampoco considerar un oxímoron que hable de republicanismo monárquico. Algunos ejemplos históricos o actuales : el republicanismo democrático francés denuncia el carácter monárquico de una república tan presidencialista como la francesa; el estalinismo y su caricatura actual : Corea.

Robespierre va más allá: niega el carácter republicano de la aristocracia y de la monarquía: « ¿Que clase de gobierno puede realizar estos prodigios? Únicamente el gobierno democrático o republicano. Estas dos palabras son sinónimas, a pesar de los abusos del lenguaje vulgar; pues la aristocracia no es más republicana que la monarquía. La democracia no es un estado en el que el pueblo, continuamente congregado regule por sí mismo todos los asuntos públicos, aún menos aquél en el que cien mil fracciones del pueblo, mediante medidas aisladas, precipitadas y contradictorias, decidieran la suerte de la sociedad entera: un gobierno tal no ha existido jamás, y no podría existir sino para volver a llevar al pueblo al despotismo”. ( Sobre los principios de moral política que deben guiar a la Convención Nacional en la administración interior de la república, 5 de febrero de 1794).

Analicemos este paso de un largo discurso que debe ser leído entero y por supuesto, colocado en su contexto histórico.

En el aspecto de los principios, se trata de un texto novedoso: niega el carácter realmente republicano a cualquier gobierno que no sea democrático, es decir en que el pueblo no sea el soberano.

En las fechas de este discurso, los hebertistas diluían la soberanía popular en múltiples asambleas primarias y trataban de constituir un doble poder para dar paso a sus ambiciones. Los dantonistas decían que la soberanía del pueblo era imposible, puesto que el pueblo siempre debe delegar. Robespierre resume su visión de la soberanía del pueblo en el mismo discurso de la siguiente forma: “La democracia es un estado en el que el pueblo soberano, guiado por leyes que son obra suya, hace por sí mismo todo lo que puede hacer, y mediante delegados todo lo que no puede hacer por sí mismo”. Volvamos a leer: las leyes deben ser obra del pueblo para ser leyes; el pueblo no debe delegar nada que pueda hacer por sí mismo y solo debe delegar aquello que no puede hacer él mismo.

Pero la democracia necesita para ello de la virtud. Veamos qué es la virtud según Robespierre: “... esa virtud que no es otra cosa que el amor a la patria ya sus leyes(.) Pero como la esencia de la república o de la democracia es la igualdad, se concluye de ello que el amor a la patria abarca necesariamente el amor a la igualdad. Es verdad también que este sentimiento sublime supone la prioridad del interés público sobre todos los intereses particulares; de lo que resulta que el amor a la patria supone también o produce todas las virtudes: pues ¿ acaso son ellas otra cosa que la fuerza de ánimo que otorga la capacidad de hacer estos sacrificios? ¿Cómo iba a poder, por ejemplo, el esclavo de la avaricia o de la ambición, sacrificar su ídolo a la patria” ( Loc. cit.).

Por tanto la virtud no es simplemente un buenismo o una moralina. La virtud está en potencia en el pueblo y en nadie más. Por que nadie más que el pueblo puede querer la soberanía del pueblo y por nadie más que el pueblo puede querer la igualdad. El pueblo puede llegar a ser virtuoso ( es decir amante de la democracia y de la igualdad) no basándose en discursos morales, si no ejercitándose en el amor a la patria, a la democracia y a la igualdad. Lo que supone una renuncia a sus intereses particulares. Puesto que el pueblo, los individuos del pueblo, también tienen intereses particulares.

En este párrafo Robespierre descarta que Botín o Berlusconi, o Zapatero, Pujol o Mas, sean seres libres y virtuosos. Por el contrario, todos ellos son esclavos de su avaricia o de la ambición.

¿ Recuerdas la frase del Manifiesto comunista que dice “Los obreros no tienen patria”? siempre la interpretamos en el sentido de un cosmopolitismo abstracto, pero en realidad tiene origen en la concepción republicana de patria. Veamos como la define Robespierre en el mismo discurso que sin duda conocía Marx: “Tan solo en la democracia el estado es verdaderamente la patria de todos los individuos que lo componen y puede contar con tantos defensores interesados por su causa como ciudadanos contiene ella en su seno” ( Loc. cit). No resisto a citar la continuación del párrafo del Manifiesto que viene después de lo de que los obreros no tienen patria. Dice así: “no se les puede arrebatar lo que no poseen. Mas, por cuanto el proletariado debe en primer lugar conquistar el poder político, elevarse a la condición de clase nacional, constituirse en nación, todavía es nacional, aunque de ninguna manera en el sentido burgués”. ¿No estamos en una misma tradición, que no se repite dogmáticamente si no que se desarrolla con el desarrollo de la sociedad?

Bien volvamos al tema de la virtud del pueblo. Ya he dicho que el pueblo, para Robespierre no siempre es virtuoso: “La virtud republicana puede ser considerada con relación al pueblo y en relación con el gobierno; resulta necesaria en uno y otro caso. Cuando sólo el gobierno carece de ella, queda aún la posibilidad de recurrir al pueblo; pero cuando hasta el pueblo mismo se ha corrompido, la libertad está ya perdida” (Loc. cit.). El término que Robespierre usa para hablar de la virtud del pueblo es “connatural” (Propio o conforme a la naturaleza del ser viviente, según el DRAE ) y no “intrínseca” ( Íntimo, esencial, según DRAE). Sin embargo, el matiz entre ambos significados es muy tenue.

El pueblo puede dejar de ser virtuoso: “Una nación está verdaderamente corrompida cuando, tras haber perdido gradualmente su carácter y su libertad, pasa de la democracia a la aristocracia o a la monarquía; sobreviene entonces la muerte del cuerpo político por decrepitud” ( Loc.cit.).

Pero el pueblo es virtuoso de forma connatural: “Por otra parte se puede decir, en cierto sentido, que para amar la justicia y la igualdad el pueblo no necesita de una gran virtud; le basta con amarse a sí mismo(.) Pero el magistrado está obligado a sacrificar su interés al interés del pueblo, el orgullo del poder a la igualdad... de todo lo dicho deducimos una gran verdad; y es que la característica de un gobierno popular es ser confiado con el pueblo y severo consigo mismo” (Loc.cit.).

He dicho más arriba que este discurso de febrero de 1794, debe ser tomado en su contexto. El contexto es el Terror, es decir el despotismo de la libertad contra los tiranos de dentro y de fuera que atacaban la república democrática francesa. Por eso Robespierre es un poco más condescendiente con las prerrogativas del gobierno. La revolución estaba en un periodo excepcional era preciso reforzar el poder de la Convención y de sus Comités. Sin embargo, una vez se hubiera vencido, el control del pueblo sobre el gobierno hubiera sido aún más duro.

El proyecto constitucional de Robespierre en 1793 habla con toda claridad: “El pueblo es soberano: el gobierno es su obra y su propiedad, los funcionarios públicos sólo son sus mandatarios. El pueblo puede, cuando así lo considere, cambiar su gobierno y revocar a sus mandatarios... Toda ley que viola los derechos imprescriptibles del hombre es esencialmente injusta y tiránica: no es, de ningún modo, una ley... en todo estado libre, la ley debe sobre todo defender la libertad pública e individual contra el abuso de la autoridad de los que gobiernan. Toda institución que no suponga que el pueblo es bueno y el funcionario corruptible, está viciada... La resistencia a la opresión es la consecuencia de los demás derechos del hombre y del ciudadano... Cuando el gobierno viola los derechos del pueblo, la insurrección es, para el pueblo y para cada porción del pueblo, el más indispensable de los deberes... Cuando falta la garantía social a un ciudadano, él vuelve al derecho natural de defender por sí mismo todos sus derechos... En uno o en otro caso, sujetar con forma legales la resistencia a la opresión es el último refinamiento de la tiranía” ( Proyecto de declaración de los derechos del hombre y del ciudadano, 24 de abril de 1793).

Bien, supero ya el límite auto-impuesto para un comentario de este tipo. Digamos que para Robespierre el pueblo es el único que de forma connatural puede ser virtuoso y que el gobierno siempre es corrompible. Por tanto, si bien es imposible que el pueblo ejerza su soberanía siempre y en todo lugar si que es necesario que el pueblo no renuncie a ella, que considere al gobierno como su propiedad y que no se considere propiedad del gobierno. Que pueda elegir y revocar, a mandatarios ( es decir, a gentes que tienen un mandato del pueblo). Las palabras diputado, ministro o comisario no tienen otro sentido. También es preciso que los asuntos concentrados en la asamblea legislativa central sean solo aquellos que el pueblo no puede realizar por sí mismo en los departamentos y en los distritos. Que los ministros sean mandatarios de la asamblea legislativa y que el poder ejecutivo esté sometido al poder legislativo.

Otro gallo nos cantara si las experiencias del socialismo se hubieran atenido a estos simples principios republicanos. Es por ello que no creo que pensar en todas estas cosas sea una pérdida de tiempo ni hacer cábalas de despacho desgajadas de la práctica. Precisamente, se trata de algo extremadamente práctico: si no somos capaces de aprender de la experiencia práctica del fracaso del socialismo en el siglo XX, estaríamos sometidos al castigo de Sísifo: la piedra volvería a rodar hacia el fondo del valle.

Es por ello, que considero que el republicanismo es imprescindible para que haya comunismo en el presente siglo.

Joan Tafalla

Nota: todas las citas de Robespierre pueden encontrarse en el libro cuya portada se reproduce al principio.

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